jueves, 14 de junio de 2012

Ganadores del concurso "Encuentros furtivos"


Carmen Adriana
@IroniaSarcastik


Encuentros furtivos, templo del desenfreno, cuna del olvido, como los que inundan nuestra historia, como aquellos en los que se rompen reglas y se llenan esperanzas; donde piel con piel, caricia tras caricia se crean y se pierden eventos jamás recordados, ocultos.

Descubrí que tu cuerpo es perfecto para un encuentro furtivo, al igual que tu disperso ser. Así, acapara, fusiona y divide, toma lo suyo y se adueña de todo lo que no lo era. Ajetreada, respiro de los encuentros furtivos como me regodeo de tu ausencia, de la sombra que dejaste en la cama, la que nunca develará lo que fuimos. 

Eso eres, un encuentro furtivo, un secreto jamás develado por miedo a la locura esperando a derramarse sobre él.




Rodrigo Hernández
@dadoruy


“¿Sabes que esto es ilegal?”, me dijo. A mí me importaba poco si lo era o no. Mi edad y la suya eran números que quedaban fuera de esas cuatro paredes.
Nuestros amores llevaban ya tiempo, a escondidas de todos, traicionando la confianza de su novio y de todos a nuestro alrededor.

Esa tarde sentí una necesidad de envolverme en su piel, en su sexo, de hacerla mía; nos envolvimos como gladiadores en una placentera contienda que sólo culminaría en un grito, en un gemido, en rasguños, en más gemidos.

Por nuestros cuerpos corría fuego, pasión. Besé cada milímetro de su piel, sentí su humedad en mí. Hicimos el amor una y otra vez, nos entregamos en cuerpo y alma. Quién diría, esa sería la última vez que nos veríamos. Su novio le había propuesto matrimonio, ella había aceptado. Sabía que no estaríamos juntos pero que siempre me amaría como los amantes que se hacen en silencio, en secreto.

viernes, 26 de agosto de 2011

Busco un lugar para redimir mis pecados

Mis padres deseaban un hijo fuerte, varonil, dichoso, siempre guidado por la verdad, pero me tuvieron a mí.
Era de noche y la luna cantaba más fuerte que yo. Mi culpa era más pesada que el sudor de mi espalda, y ya cansado de cargarla, me sumergí en una iglesia católica muy bien cuidada, y, al cerciorarme que había un sacerdote ahí dentro, me puse cómodo. Bastante cómodo.

Señor intermediario, descubra la ventanilla solo a la mitad porque he pecado de pensamiento,       palabra, obra y omisión.
Señor intermediario, he violentado los mandamientos de su libro sagrado. He matado a un Diego, a un Mateo, a un Isaías. He fornicado con una Estér en un lugar que yo creí igualito al paraíso.
He cometido violación seis veces, seis días de la semana y seis veces a la misma mujer.
No amo a mis padres porque yo tampoco me sentí amado, ni siquiera los domingos, ni siquiera el día que descansaba Dios.
He mentido todos los días de mi vida y la única vez que amé a una mujer, me dejó y después me olvidó.
Y no, no amo a Dios sobre todas las cosas, tal vez ni siquiera sobre una.
Señor intermediario, descubra la ventanilla completa y si quiere, gríteme la penitencia que debo cumplir.

Perdí la cuenta de las aves Marías y los credos que rezaba con una voz que se deslizaba por el largo del reclinatorio, perdía también la redención de mis pecados y entonces perdía todo lo que había ido a buscar ahí.
Los pecados que había cometido, obedecían a mi lastimada alma y a mis alas nunca rotas pero incapaces de volar.
Me pido ser justo y mantener mi calma tanto como mi culpa. Me pido mucho porque todo el tiempo ha sido tan plano como igual. 
Lamento no ser fuerte, ni grande, ni dichoso, ni etcétera. Lamento todo lo que no soy porque no tengo el tiempo suficiente para lamentar lo que sí soy. Lamento que mis padres hayan deseado no tenerme y en su lugar, me hayan tenido a mí.

martes, 16 de agosto de 2011

Traigo enterrada en el pecho una historia desordenada



Comencé a escribir sin alguna idea clara de lo que el texto trataría. La verdad es que traigo enterrada en el pecho una historia desordenada, algo así como un arrastre de palabras que no sé en qué lugar comenzaron, mucho menos sabría el día. Es una historia difusa incluyendo simetría y edad, no olvides la edad. Para seguir escribiendo todo esto, necesito entonces tantos montones de voluntad como recuerdos que no me asfixien al despertar, y por supuesto, necesitaré la insistente sospecha de un amor que todavía no termina.

Me descubrí escribiendo un listado simple que obedecía al mismo amor sin aparente deconstrucción:

  • ·         Te necesitaré en días inesperados.
  • ·         Te diré absolutamente todo aquello que no desees escuchar.
  • ·         Nos enseñaremos. Siempre juntos, nunca uno solo.
  • ·         Cuando ya no me alcance la desdicha de la lluvia, te necesitaré también ahí.
  • ·         Te hablaré por horas, incluso hasta que ya no distingas mi voz.
  • ·         Cada nueve de enero, te esperaré en la cafetería que nos conocimos.
  • ·         Te escucharé incluso cuando te comiences a acercar.
  • ·         Yo prepararé la cena y tú nos harás de desayunar.
  • ·         Te enviaré cartas de amor en avioncitos de papel.
  • ·         Me tomarás la mano con la misma dulzura que me beses la frente.
  • ·         Me amarás.
  • ·     Necesitaremos que nuestros cuerpos distingan cuando se encuentren en un abismo. Ambos juntos, nunca uno solo.
  • ·     Necesitaremos nunca dejarnos bajo llave y dormir con la puerta abierta para cuando alguno decida desertar.
  • ·      Necesitaremos también dormir con los pies siempre listos para alcanzarnos cuando alguno comience a caminar.
  • ·         Nuestro amor por la bebida es absolutamente indiscutible. Indiscutible.


Claramente y después de mi listado, supe que era un tipo de contrato para cuando estuviéramos en la misma casa, pero también cuando se sacara a Román (nuestro perro) a pasear. Supe también a ciencia cierta que el amor debía tener por lo menos algunos señalamientos viales. Así, sin duda y de igual manera nos perderíamos, pero al menos habría alguna especie de guía (o eso nos haríamos creer), y no nos sentiríamos tan solos, o absolutamente todo lo contrario.

Entonces mi historia tan desordenada es también deseada y algo intemporal. No solo me brinca en el pecho sino en las manos y otra vez en el pecho. Me había prometido paciencia y nos había prometido estadía. Me había equivocado. Habían pasado tantos años que por tanto pedí que olvidaras la edad. Todo para que llegara con mis manos hinchadas de sal y te dejara un manuscrito bajo la puerta.

«Disculpa la hora, también el año; aquí está escrita la historia que no pudimos vivir».

miércoles, 20 de julio de 2011

De cosas varias

Bien, se toparán algunas veces durante el texto con la frase “qué cosa”, quiero que me imaginen frunciendo un poco el ceño, moviendo la cabeza a modo de desaprobación y con un tono pintado de lástima.

Me gustan mucho las mujeres de tetas grandes. Creo que de alguna manera vive en mí un deseo reprimido por externar que me gustaría usar un brassier más grande, pero solo un poco, jamás como el del tamaño de las tetas de las mujeres que me gustan, pues seguramente se cargan a veces con dificultad de un lugar a otro. Qué cosa tan sufrible que a veces el viaje de esos pechos no sea sobre mi cuerpo y sea dentro de un sostén, qué cosa.
Por otra parte, no son de mi agrado los pezones y areolas gigantes. No se trata de tamaño, no, se trata de inmensidad sincrónica en hermosos senos.

Después de dejar en claro mi gusto excepcional por dicha parte del cuerpo femenino, debo confesar que algunas veces he fumado solamente para hacer enojar a mi madre pues también con mis actos quiero hacerle saber que no soy una niña, aunque a ella le cueste trabajo aceptarlo, y a mí creerlo. Qué cosa.

Y no quiero tener hijos ni quiero casarme. Tal vez no le esté huyendo a los compromisos como mi terapeuta a veces afirma, sino que en realidad poseo cierta aversión hacia los contratos que deben firmarse por un amor paradigmático, ¿o será muy difícil entender que alguien en la faz de la puta Tierra no sienta ese deseo de ser madre, dar pecho a un humano que te desgarrará la vagina, enseñarle a articular palabras, enseñarle a cambiarse, a defenderse, a leer, a recitar poesía?  Porque podría arriesgar mi cuerpo a solo lo primero (el desgarre vaginal) y pagarle a una tutora para que haga todo lo demás, pero después sería estigmatizada por el mismo niño o por la sociedad. O incluso por mí, cargando una culpa por la soledad de un niño que en realidad no debió haber nacido. ¿O por qué se supone que debo mecanizarme a firmar contratos matrimoniales de la misma manera que el flujo de la sociedad corre y se envenena? Definitivamente no me parece justo, pareciera que vivir libremente es decisión de un jurado de convenciones sociales y de un estado (hablando en términos políticos) incompetente e invisible de pies a cabeza. Qué cosa.

Y no, tampoco me gusta esa idea de compartir mi cama solo con la persona que comparta mis latidos. Qué envidia la mía si fuera así, habiendo espacio para dos en una cama, no entiendo  por qué deba desperdiciarse placer y sitio, jamás lo entenderé.

Y sí, escribir sin ilación y terminar un texto bruscamente es lo más liberador y falto de gracia que puede existir, por eso muchas veces lo hago siempre así.