viernes, 26 de agosto de 2011

Busco un lugar para redimir mis pecados

Mis padres deseaban un hijo fuerte, varonil, dichoso, siempre guidado por la verdad, pero me tuvieron a mí.
Era de noche y la luna cantaba más fuerte que yo. Mi culpa era más pesada que el sudor de mi espalda, y ya cansado de cargarla, me sumergí en una iglesia católica muy bien cuidada, y, al cerciorarme que había un sacerdote ahí dentro, me puse cómodo. Bastante cómodo.

Señor intermediario, descubra la ventanilla solo a la mitad porque he pecado de pensamiento,       palabra, obra y omisión.
Señor intermediario, he violentado los mandamientos de su libro sagrado. He matado a un Diego, a un Mateo, a un Isaías. He fornicado con una Estér en un lugar que yo creí igualito al paraíso.
He cometido violación seis veces, seis días de la semana y seis veces a la misma mujer.
No amo a mis padres porque yo tampoco me sentí amado, ni siquiera los domingos, ni siquiera el día que descansaba Dios.
He mentido todos los días de mi vida y la única vez que amé a una mujer, me dejó y después me olvidó.
Y no, no amo a Dios sobre todas las cosas, tal vez ni siquiera sobre una.
Señor intermediario, descubra la ventanilla completa y si quiere, gríteme la penitencia que debo cumplir.

Perdí la cuenta de las aves Marías y los credos que rezaba con una voz que se deslizaba por el largo del reclinatorio, perdía también la redención de mis pecados y entonces perdía todo lo que había ido a buscar ahí.
Los pecados que había cometido, obedecían a mi lastimada alma y a mis alas nunca rotas pero incapaces de volar.
Me pido ser justo y mantener mi calma tanto como mi culpa. Me pido mucho porque todo el tiempo ha sido tan plano como igual. 
Lamento no ser fuerte, ni grande, ni dichoso, ni etcétera. Lamento todo lo que no soy porque no tengo el tiempo suficiente para lamentar lo que sí soy. Lamento que mis padres hayan deseado no tenerme y en su lugar, me hayan tenido a mí.

martes, 16 de agosto de 2011

Traigo enterrada en el pecho una historia desordenada



Comencé a escribir sin alguna idea clara de lo que el texto trataría. La verdad es que traigo enterrada en el pecho una historia desordenada, algo así como un arrastre de palabras que no sé en qué lugar comenzaron, mucho menos sabría el día. Es una historia difusa incluyendo simetría y edad, no olvides la edad. Para seguir escribiendo todo esto, necesito entonces tantos montones de voluntad como recuerdos que no me asfixien al despertar, y por supuesto, necesitaré la insistente sospecha de un amor que todavía no termina.

Me descubrí escribiendo un listado simple que obedecía al mismo amor sin aparente deconstrucción:

  • ·         Te necesitaré en días inesperados.
  • ·         Te diré absolutamente todo aquello que no desees escuchar.
  • ·         Nos enseñaremos. Siempre juntos, nunca uno solo.
  • ·         Cuando ya no me alcance la desdicha de la lluvia, te necesitaré también ahí.
  • ·         Te hablaré por horas, incluso hasta que ya no distingas mi voz.
  • ·         Cada nueve de enero, te esperaré en la cafetería que nos conocimos.
  • ·         Te escucharé incluso cuando te comiences a acercar.
  • ·         Yo prepararé la cena y tú nos harás de desayunar.
  • ·         Te enviaré cartas de amor en avioncitos de papel.
  • ·         Me tomarás la mano con la misma dulzura que me beses la frente.
  • ·         Me amarás.
  • ·     Necesitaremos que nuestros cuerpos distingan cuando se encuentren en un abismo. Ambos juntos, nunca uno solo.
  • ·     Necesitaremos nunca dejarnos bajo llave y dormir con la puerta abierta para cuando alguno decida desertar.
  • ·      Necesitaremos también dormir con los pies siempre listos para alcanzarnos cuando alguno comience a caminar.
  • ·         Nuestro amor por la bebida es absolutamente indiscutible. Indiscutible.


Claramente y después de mi listado, supe que era un tipo de contrato para cuando estuviéramos en la misma casa, pero también cuando se sacara a Román (nuestro perro) a pasear. Supe también a ciencia cierta que el amor debía tener por lo menos algunos señalamientos viales. Así, sin duda y de igual manera nos perderíamos, pero al menos habría alguna especie de guía (o eso nos haríamos creer), y no nos sentiríamos tan solos, o absolutamente todo lo contrario.

Entonces mi historia tan desordenada es también deseada y algo intemporal. No solo me brinca en el pecho sino en las manos y otra vez en el pecho. Me había prometido paciencia y nos había prometido estadía. Me había equivocado. Habían pasado tantos años que por tanto pedí que olvidaras la edad. Todo para que llegara con mis manos hinchadas de sal y te dejara un manuscrito bajo la puerta.

«Disculpa la hora, también el año; aquí está escrita la historia que no pudimos vivir».